viernes, 25 de marzo de 2016

VIERNES SANTO, VIACRUCIS

Primera estación:
Jesús es condenado a muerte
Lector primero:
Del Evangelio según san Lucas [23, 20-25]
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Lector segundo:
Del comentario de san Cirilo de Alejandría a la Carta a los Romanos
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo por nosotros. Fue entregado, en efecto, como rescate para la vida de todos nosotros, y así fuimos arrancados de la muerte, redimidos de la muerte y del pecado... Vino a este mundo en la carne, mas no para ser servido, sino, al contrario, para servir, como dice él mismo, y entregar su vida por la redención de todos... Por esto, con verdad afirma Pablo que Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los padres y para que los paganos alcanzasen misericordia, y así ellos también le diesen gloria como a creador y hacedor, salvador y redentor de todos. De este modo alcanzó a todos la misericordia divina, sin excluir a los paganos, de manera que el designio de la sabiduría de Dios en Cristo obtuvo su finalidad; por la misericordia de Dios, en efecto, fue salvado todo el mundo, en lugar de los que se habían perdido.
El que preside:
Dios todopoderoso y eterno, tú que quisiste que nuestro Salvador se anonadase haciéndose hombre y muriendo en la cruz para que todos nosotros sigamos su ejemplo, concédenos que las enseñanzas de su Pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su resurrección gloriosa. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

Segunda estación:
Jesús carga con la cruz
Lector primero:
Del Evangelio según san Juan [19, 16-18]
Entonces Pilato lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús.
Lector segundo:
De los Sermones de san Agustín [Sermón 185]
Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre. Hubieses muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido.
El que preside:
Ilumina, Señor, nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la cruz; haz morir en nosotros el «hombre viejo», atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos «hombres nuevos», hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/. Amén.

Tercera estación:
Jesús cae por primera vez
Lector primero:
De la Carta a los Hebreos [5, 7-9]
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.
Lector segundo:
De los escritos de san Bernardo [Sermón I Epif.]
¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido —dice el Apóstol— la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios.
El que preside:
Con las palabras del profeta Miqueas también nosotros repetimos llenos de confianza: «Tú, oh Señor, eres un Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú, Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo. Destruirás nuestras culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros pecados». R/. Amén.

Cuarta estación
Jesús se encuentra con su Santísima Madre
Lector primero:
De la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas [4, 4-7]
Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba,Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Lector segundo:
De los escritos del beato Pablo VI, papa [Marialis cultus, 57]
La misión maternal de la Virgen empuja al Pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a aquella que está siempre dispuesta a acoger sus peticiones con afecto de madre y con eficaz ayuda de auxiliadora; por eso los cristianos la invocan desde antiguo como «Consoladora de los afligidos», «Salud de los enfermos», «Refugio de pecadores», para obtener consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza liberadora de la esclavitud del pecado; porque ella, libre de toda mancha de pecado, conduce a sus hijos a vencer con enérgica determinación el pecado. Y, hay que afirmarlo una y otra vez, esta liberación del mal y de la esclavitud del pecado es la condición previa y necesaria para toda renovación de las costumbres cristianas. La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar los ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes.
El que preside:
Hacemos nuestra esta oración de san Alfonso María de Ligorio: ¡Oh, María, Madre del Salvador y refugio de pecadores!, ayúdanos a nosotros, pecadores, pero que queremos amar a Dios, y a ti nos encomendamos: por el amor que tienes a Dios, ven en nuestro socorro. R/. Amén.


Quinta Estación:
Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la Cruz
Lector primero:
Del Evangelio según san Marcos [15, 20-21]
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo. Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz.
Lector segundo:
También nosotros, como cirineos, hemos de practicar la misericordia con nuestros hermanos. Ocasiones no nos faltan en la vida de familia, de trabajo, en nuestras relaciones con los demás.
Recordemos estas palabras del papa Francisco: «No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cf. Mt 25, 31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración a nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”» (MV 15).
Señor, que seamos tus cirineos ayudando a nuestros hermanos necesitados y practicando la misericordia en tu nombre. Pues solo alcanzará misericordia el que practicó misericordia.
El que preside:
Dios, Padre eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a ti, lo único necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

Sexta estación:
la Verónica limpia el rostro de Jesús
Lector primero:
La piedad popular contempla en esta estación a una mujer que, llena de lástima, enjugó el rostro de Jesús. Sin duda alguna era una mujer que conocía y amaba a Cristo. Y el Señor dejó grabada su imagen en aquel lienzo y sobre todo dejó la paz en el corazón de aquella mujer. Pero este hecho nos remite a aquel encuentro de Jesús en casa de Simón el fariseo, donde se dejó ungir por una mujer pecadora.
Escuchemos cómo lo describe san Lucas,

el evangelista de la misericordia [7, 36-50]
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él contestó: «Dímelo, Maestro». Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?». Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Le dijo Jesús: «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados». Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Lector segundo: [Homilía al Colegio Cardenalicio, 15-2-2015]
Dijo el papa Francisco; «Jesús revoluciona y sacude fuertemente esa mentalidad cerrada por el miedo y recluida en sus prejuicios. Pero no deroga la Ley de Moisés sino que la lleva a plenitud (cf. Mt 5, 17), declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del sábado que desprecia al hombre y lo condena; o cuando, ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la intransigencia de los que ya estaban dispuestos a lapidarla sin piedad, pensando que así cumplen la Ley de Moisés. Jesús revoluciona también las conciencias en el Sermón de la montaña (cf. Mt 5) abriendo nuevos horizontes a la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios: la lógica del amor... Misericordia quiero y no sacrificio (Mt 12, 7; Os 6, 6).
El que preside:
Señor, una vez más nos dices que para ti no cuenta nuestro pasado, cuenta el presente. No importa nuestra vida errada, si ahora recurrimos a ti y confiamos plenamente en tu misericordia. Dios de misericordia infinita, ten piedad de nosotros y de nuestro mundo. R/. Amén.

Séptima estación:
Jesús cae por segunda vez
Lector primero:
Del libro del profeta Isaías [53, 2-5]
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Lector segundo:
Comentando el pasaje evangélico del hijo pródigo dice san Ambrosio estas palabras que han de llevarnos a la confianza en la misericordia de Dios [Tratado sobre el Evangelio de san Lucas, VII, 211-212]
No temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres terrenales. Porque el Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro de la fe, que nunca disminuye; pues, aunque lo hubiese dado todo, el que no perdió lo que dio, lo tiene todo. Y no temas que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la perdición de los vivos (Sab 1, 13). En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu cuello —pues el Señor es quien levanta los corazones (Sal 145,8)—, te dará un beso, que es la señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has causado, pero El te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo, y El, sin embargo, te besa; tú temes, en fin, el reproche, pero Él te agasaja con un banquete.
El que preside:
Señor, tú dijiste que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva feliz en tu compañía. Como el hijo pródigo te decimos: Padre, hemos pecado contra el cielo y contra ti, no merecemos llamarnos hijos tuyos, pero sabemos que eres misericordioso. Nuestra alma espera en tu misericordia. R/. Amén.

Octava Estación:
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Lector primero:
Del Evangelio según san Lucas [23, 27-31]
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
Lector segundo:
De los escritos de santa Faustina Kowalska [Diario, n. 1507]
Toda gracia procede de la misericordia y la última hora está llena de misericordia para con nosotros. Que nadie dude en la bondad de Dios; aunque sus pecados fueran negros como la noche, la misericordia de Dios es más fuerte que nuestra miseria. Una sola cosa es necesaria: que el pecador entreabra, aún cuando sea un poco, las puertas de su corazón a los rayos de la gracia misericordiosa de Dios y entonces Dios realizará el resto... De su Corazón compasivo brotó la misericordia de Dios.
El que preside:
Señor, tú que consolaste a las mujeres de Jerusalén, ten misericordia de nosotros y de tantos hermanos nuestros alejados de tu casa. Que nuestra actitud de servicio y amor fraterno les atraiga a tu amistad y a tu compañía, que es donde se encuentra la verdadera paz y la verdadera felicidad. R/. Amén.

Novena estación:
Jesús cae por tercera vez
Lector primero:
En el camino del Calvario contemplamos a Cristo caído varias veces. Pero somos, más bien, nosotros los que caemos y a veces no nos levantamos. Y es lo que quiere Jesús de nosotros: que nos levantemos, para hacernos libres y felices. Es precisamente para lo que vino a este mundo.
Escuchamos el relato del perdón de la mujer adúltera, narrado por el evangelista san Juan [8, 1-11]
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Lector segundo:
De los escritos de santa Teresa del Niño Jesús [MC 36v-37r]
Sí, estoy segura de que aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a él.
El que preside:
Señor, es grandioso creer que tú no quieres condenarnos, sino salvarnos, que has venido a perdonar y a sanar lo que estaba perdido. Ten piedad de nosotros y haznos misericordiosos con el hermano que se ha equivocado y se fue de casa. R/. Amén.

Décima estación:
Jesús es despojado de sus vestiduras
Lector primero:
Del Evangelio según san Juan [19, 23-24]
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
Lector segundo:
Del Mensaje del papa Benedicto XVI para la Cuaresma del año 2007
Con una atención más viva, dirijamos nuestra mirada a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos ha revelado plenamente el amor de Dios. En el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irreprimible de la misericordia del Padre celeste. Para reconquistar el amor de su criatura, Él aceptó pagar un precio muy alto: la sangre de su Hijo Unigénito. La muerte, que para el primer Adán era signo extremo de soledad y de impotencia, se transformó de este modo en el acto supremo de amor y de libertad de Cristo, nuevo Adán. Jesús dijo: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él. Aceptar su amor, sin embargo, no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo «me atrae hacia sí» para unirse a mí, para que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor. Aprendamos a difundir a nuestro alrededor el amor de Dios con cada gesto y palabra. De ese modo contemplar «al que traspasaron» nos llevará a abrir el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos llevará, particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas.
El que preside:
Señor, despojado de todo, pobre hasta el punto de no tener donde reclinar la cabeza, perdona nuestras riquezas, nuestros deseos de ser más y de poseer más, de sobresalir, de llevar una vida sin complicaciones. Haznos pobres y generosos y que imitemos tu ejemplo, pues, a pesar de ser Dios, te hiciste un humilde siervo. R/. Amén.

Undécima estación:
Jesús Es clavado en la cruz
Lector primero:
Del Evangelio según san Lucas [23, 39-43]
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Lector segundo:
Escuchemos estas palabras de san Bernardo [Sermón 61 sobre el Cantar de los Cantares]
Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me faltaba, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon manos y pies y atravesaron su costado con una lanza; y a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor. Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba. Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?, ¿quien fue su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades. Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas dejan ver tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación. Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor.
El que preside:
Jesús, clavado en la cruz, desde ahí perdonas al buen ladrón, perdonas a tus enemigos. Antes habías perdonado a Zaqueo, a María Magdalena y a la mujer pecadora. Más tarde perdonarás a Pedro, y a los apóstoles y a Pablo y a mí... Gracias, Señor crucificado, ayúdame a creer sinceramente en tu misericordia y en tu perdón. R/. Amén.

Duodécima estación:
Jesús muere en la cruz
Lector primero:
Del Evangelio según san Marcos [15, 33-39]
Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: Eloí Eloí, lemá sabaqtaní (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Mira, llama a Elías». Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo: «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo». Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».
Lector segundo.
De los escritos de san Juan Fisher, obispo [Comentario al salmo 101]
No perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó por todos nosotros como oblación y víctima de suave olor, para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado. Todo ello, más que argumentos, son signos evidentes del inmenso amor y bondad de Dios para con nosotros; y, sin embargo, nosotros, sumamente ingratos, más aún, traspasando todos los límites de la ingratitud, no tenemos en cuenta su amor ni reconocemos la magnitud de sus beneficios, sino que menospreciamos y tenemos casi en nada al autor y dador de tan grandes bienes; ni tan siquiera la extraordinaria misericordia de que usa continuamente con los pecadores nos mueve a ordenar nuestra vida y conducta conforme a sus mandamientos. Ciertamente, es digno todo ello de que sea escrito para las generaciones futuras, para memoria perpetua, a fin de que todos los que en el futuro han de llamarse cristianos reconozcan la inmensa benignidad de Dios para con nosotros y no dejen nunca de cantar sus alabanzas.
El que preside:
Con toda la creación decimos al Señor [Ap 5, 12; 5, 9-10]: «digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra». R/. Amén.

Decimotercera estación:
Jesús es bajado de la cruz
Lector primero:
Del Evangelio según san Juan [19, 25-27]
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Lector segundo:
Escribió san Juan Pablo II, papa [Dives in misericordia, 9]
Además María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado -como nadie- la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina... María, pues, es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la misericordia: Virgen de la misericordia o Madre de la divina misericordia; en cada uno de estos títulos se encierra un profundo significado teológico, porque expresan la preparación particular de su alma, de toda su personalidad, sabiendo ver primeramente a través de los complicados acontecimientos de Israel, y de todo hombre y de la humanidad entera después, aquella misericordia de la que «por todas las generaciones» nos hacemos partícipes según el eterno designio de la Santísima Trinidad.
El que preside:
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz: haz que la Iglesia, asociándose con María a la Pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

Decimocuarta estación:
Jesús es colocado en el sepulcro
Lector primero:
De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios [2, 4-10]
Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo — estáis salvados por pura gracia—; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de antemano dispuso él que practicásemos.
Lector segundo:
De los Sermones de san Agustín [Sermón Güelferbitano, 3]
Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aún aquello que celebramos recordando lo que ya ha hecho por nosotros. Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble. Dios ha muerto por los hombres. Porque, ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros. Por tanto, no sólo no debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte que en nosotros encontró, nos prometió, con toda su fidelidad, que nos daría en sí mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos. Y si el que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo, después de habernos justificado, dejará de darnos lo que es justo? Él, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron? Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo.
El que preside:
Dios todopoderoso, rico en misericordia, que nos has renovado con la gloriosa muerte y Resurrección de Jesucristo, no dejes de tu mano la obra que has comenzado en nosotros, para que nuestra vida, por la comunión de este misterio, se entregue con verdad a tu servicio. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.

Monición Final
Concluimos este encuentro de oración dirigiéndonos a María, Madre de Misericordia. Con ella esperamos junto al sepulcro la Resurrección de nuestro Señor. A ella le cantamos y le pedimos que nos proteja.


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